Desnivel, altura y familia.

El pasado miércoles 22 de julio de 2020, mis padres me dijeron que al día siguiente iríamos al pico del Angliru para que yo lo subiese con la bici. En ese momento empecé a tener nervios e incertidumbre sobre cómo me iba a ir, si iba a poder acabar o de cómo de dura se me
iba a hacer la subida. Me eché a la cama nervioso y pensando todo el rato acerca de lo que me
esperaba al día siguiente.

 

El jueves 23 de julio me levanté mucho más nervioso de lo que estaba el día anterior cuando me fui a dormir y era porque el momento de subir el pico iba a llegar en unas pocas horas.


Llegamos a Mieres en coche, desde el que mis padres y mi hermana me dieron ánimos durante todo el recorrido. Al lado de una cantera minera empecé el entrenamiento y a los 6 km empezó a picarse el terreno; un cartel marcó la subida hacia el Angliru y ahí empezaron los 12,5 km más duros.
Durante todo el recorrido me fui encontrando con vacas y caballos por medio de la carretera, a los cuales tenía que ir sorteando. Además de esto, la niebla y la lluvia fueron otros inconvenientes que me acompañaron gran parte de la subida; la niebla era muy densa y eso hizo que me costará más ver la carretera.

 

La pendiente era más y más pronunciada conforme iba subiendo, lo que hizo que yo tuviera que esforzarme cada vez más en cada pedalada. De repente, la subida me dio un respiro y en ese tramo más suave, me comí un plátano para ir reponiendo mis fuerzas.

 

Cuando quedaban unos 2 km, dejé atrás la niebla y ya estaba todo despejado; subió la temperatura y ya veía muy bien la carretera porque el sol me empezó a acompañar en todo este tramo final. Eso sí, aunque la niebla ya me había dejado, llegaron los 150 metros que más duros y eternos se me hicieron; los cuales se caracterizaban por tener una pendiente de un 24%. Pensaba que no podía y me entraron ganas de bajarme de la bici, pero ya no quedaba nada y decidí no rendirme, unir todas las fuerzas que me quedaban y acabar cuanto antes esos metros.

Superada esa pendiente, llegó un descanso donde pude ir más rápido, llegando a la cima; donde se encontraban varios pastores con un rebaño de vacas. Uno de ellos, Celso, me estuvo preguntando acerca de cómo me había sentido durante la subida. Además, fue súper majo conmigo y me enseñó a ordeñar las vacas. En ese rato, me dio tiempo a recuperarme y a coger fuerzas para la bajada.

Empecé la bajada igual que acabé la subida, con mucho sol y viendo en todo momento cada tramo de la carretera hasta que llegó otra vez la niebla, que ya no me dejó en toda la bajada.


Para acabar, me gustaría recomendaros a todos tanto niños, adolescentes e incluso a los padres, si tenéis la oportunidad de hacerlo, que realicéis esta experiencia; porque aunque haya tramos bastante duros, cuando llegas arriba te sientes orgulloso de haber acabado, de todas las vistas que has podido disfrutar con tus propios ojos y esto te ayuda a seguir pedaleando.


Por cierto, la próxima vez espero que lo subamos todos juntos en equipo y para disfrutar de la magnifica experiencia.

Andrés Pérez Dieste

Fotos de mis padres.
Crónica escrita con ayuda de mi hermana.

GALERÍA FOTOGRÁFICA